El plan del gobierno porteño para reformar la escuela secundaria no para de generar rechazos. Estudiantes de varios de los colegios en pie de guerra explican por qué.

“Para borrador estaba bastante bien armado”, dice Agustín Prieto, referente del Centro de Estudiantes del Mariano Acosta, uno de los tantos colegios porteños que, en estos días, se levantan contra la posible reforma de la escuela secundaria prevista por el gobierno porteño.

El borrador bien armado al que se refiere es, en realidad, el documento que desde hace algunos meses circula por despachos de todos los ministerios de educación del país, pero sobre el que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta decidió picar en punta. “Secundaria del futuro”, le dicen. El problema es lo que piensan los secundarios del presente sobre eso. “La reforma es claramente regresiva, condicionada hacia una educación para el trabajo, que le saca todo el contenido humanista y de formación crítica”, dice Victoria Camino, del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini. “Si bien en el Pellegrini no nos afecta la reforma en sí misma, está en contra de lo que concebimos sobre qué es la educación pública y al servicio de qué tiene que estar”. Como era de esperar, la avanzada del gobierno despertó el rechazo de buena parte de la comunidad educativa y la reacción no tardó en llegar: colegios tomados en aumento, una marcha hoy mismo y asambleas mañana para resolver más tomas, seguramente. “Estamos expectantes a la marcha y el jueves tenemos asambleas de nuevo para ver cómo seguimos y para discutir puntualmente la medida de la toma. Creemos que estamos en condiciones para tomar el colegio. Simplemente queremos adaptarnos a la medida de la mejor manera y siempre y cuando contribuya a la lucha y al objetivo de que esta reforma se baje”, puntualiza Agustín.

Si no trabajo me matan

Uno de los puntos más cuestionados del borrador no tan borrador es la posibilidad de que los estudiantes del último año del secundario realicen pasantías en empresas, bajo la tutela del consabido San Benito de unir el mundo de la educación con el mundo del trabajo. “Lo más grave o lo que más llama la atención es la eliminación de la currícula de quinto año para reemplazarla por un año que sea  50 por ciento para tareas de desarrollo del emprendedorismo, que bien no sabemos qué es, y otro 50 por ciento destinado a trabajar en empresas u ONGs”, puntualiza  Santiago Legato, del Centro de Estudiantes del Nicolás Avellaneda. “Esto sería obligatorio para todos los secundarios de la ciudad. Todavía no sabemos si estas pasantías o “prácticas profesionalizantes”, como las llama el Gobierno de la Ciudad, serían pagas o no. En todo caso, rechazamos el hecho de que sean obligatorias porque genera una vitrina para un montón de empresas que van a tener ganas de buscar empleo informal y joven, bajo contratos precarios, porque duraría sólo ese año y todos los contenidos que se ven en quinto año se pierden completamente. Quinto año es el año que vemos la historia argentina y latinoamericana más reciente; en educación cívica, los procesos relacionados a los derechos humanos y la última dictadura militar”, ejemplifica. “De todas formas, el resto de los puntos son realmente nefastos”, dicen Agustín, del Acosta. “ La división de 30 por ciento de trabajo frente al curso y 70 por ciento de trabajo autónomo también es ampliamente rechazada, lo mismo que la concepción del ‘estudiante talentoso’ como aquel que participa más de determinada manera , que deja afuera a cierto tipo de estudiantado quizás de más bajo perfil y un proyecto que alienta la competitividad a través de créditos”.

El futuro ya llegó

“Nosotros formamos parte del plan piloto, tenemos la nueva escuela y somos parte de ese proceso desde el 2014, cuando se empezó a implementar en el Normal”, avisa Sofía Romero, del Centro de Estudiantes del Normal 1.  “Esto vendría a reforzarlo. Creemos que no se está en condiciones, en principio, ediliciamente. Nosotros no tenemos ni puertas en algunas aulas, algunos talleres se dictan en los pasillos. No es una reforma para nada inclusiva, centralmente, en cuanto a la inclusión tecnológica: el hecho de que el 30 por ciento de la clase se digitalice no está garantizado porque hay pibes que no sabemos la realidad que tienen por fuera de la escuela. No sabemos, además, cómo nuestros docentes van a terminar respecto de esta medida, porque no está nada garantizado”.

Santiago, del Avellaneda, agrega que “el dato de color también de las dos reformas es que todavía no hay ningún egresado de la aplicación de la primera. O sea, el gobierno no tiene ningún tipo de parámetros para decir si es necesario implementar una nueva reforma, que en realidad tiene que ver con las necesidades de un grupo de empresarios que vienen a plantear este tipo de paquetes”. Y avanza: “La reforma corre a los docentes del rol que vienen teniendo”, en relación con la posibilidad de que los docentes reduzcan su participación en las clases. “Esto genera que haya muchas menos herramientas y que se aumente la brecha entre los estudiantes que tienen más recursos y los que tienen menos. Está muy ligado, además, al ataque constante que se hace al rol del docente y a la flexibilización laboral que va a implicar el cambio del rol del docente dentro del aula”.

Nuevo o no, moderno con olor a viejo o como sea, el plan del gobierno porteño no parece encontrar el mejor de los mundos entre quienes deberían ser los protagonistas de la reforma, los estudiantes. Como era de esperar, la reacción ha sido airada y sigue creciendo. “Nosotros tomamos el colegio desde el lunes pasado”, avisa Sofía, del Normal 1. “Esa será nuestra máxima medida de lucha. Pero hemos volanteado, hicimos cortes de calle, tuvimos reuniones pero, como no nos escuchan, creemos que visibilizar una semana con la toma es la medida que tenemos que tomar ahora”. “No estamos solos ni solas”, dice Agustín, del Acosta. “Todos los demás colegios estamos tomando las mismas medidas. El jueves hay varios colegios que van a comenzar a discutir la toma”. Es lo que se viene, parece.