En una nueva entrega de los aportes que tuvimos en el seminario sobre peronismo y pensamiento realizado en 2016 en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, compartimos las intervenciones de Gustavo Bellingeri (Secretario Gremial del SATSAID) y Roberto “Robi” Baradel (Secretario General de SUTEBA), quienes reflexionaron y conceptualizaron una serie de valiosos elementos acerca de las relaciones entre experiencia sindical, clase trabajadora, peronismo y proyecto político.

Gustavo Bellingeri: Voy a empezar con la historia personal. Mi papá –que está desaparecido– era militante en La Plata de la resistencia peronista. La resistencia acá se aglutinó alrededor de la experiencia de la CGT de la calle 51. Como sucedió con buena parte del peronismo en el 55, la primera línea de dirigentes sindicales o fue en cana o se tuvo que rajar; entonces, alrededor de la segunda línea se aglutinan muchos dirigentes, entre los que sobresalía Haroldo Logiurato, dirigente de ATE, camillero del Policlínico General San Martín y que en el año 1957 es elegido Secretario General de la CGT de La Plata, Berisso y Ensenada. En el local de la calle 51 se concentraba buena parte de lo que se llamó los comandos peronistas de La Plata, que se dedicaban básicamente a hacer una resistencia activa: actos de sabotaje, de resistencia manifiesta, bombas de estruendos, distintas acciones con las que visibilizar la queja de la prohibición del movimiento. Era un modo de combatir algo tan fuerte como interrumpir el desarrollo de la democracia y prohibir los partidos políticos. Se forma, también alrededor de la CGT, la primera Juventud Peronista de La Plata, que tiene en Haroldo, en Diego Miranda, en mi papá, a los referentes. Nuclea una militancia peronista, juvenil, sindical que protagoniza la primera y la segunda resistencia peronista, hasta el punto de quiebre que va a cambiar esa resistencia, que es la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre.

En ese devenir, cuando implementan el Plan CONINTES Haroldo Logiurato cae preso. Cuando sale de la cárcel, empiezan a formar una segunda experiencia organizativa de la región que se nuclea en una organización muy ligada al Peronismo de Base (PB), a John William Cooke y a Alicia. Una experiencia que se plasmará en el periódico Dele-Dele, una publicación que sale en La Plata y el Conurbano y que se llamaba así porque los compañeros habían investigado que el “dele, dele” era la voz con que los obreros que habían salido de Swift el 17 de octubre se daban aliento. El periódico, entonces, toma esa voz para dar aliento a la resistencia. Del grupo de mi viejo caen presos en el año 1971; Haroldo queda preso en el país, a mi viejo lo expulsan en el 72, se va a Chile y vuelve en el 73 donde participan (siempre en el mismo espacio del PB) de la revista Militancia peronista, junto con Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. Lo hacían bajo la idea de reorganizar, desde una perspectiva peronista y de izquierda, una suerte de frente amplio contra el gobierno, ya de Isabel.

Ya en 1976, forman la CADU (Comisión Argentina por los Derechos Humanos), porque detectan rápidamente el carácter genocida del golpe y, por lo tanto, piensan la necesidad de replegarse para preservar los cuadros y salir a denunciar al extranjero lo que estaba pasando en el país. Un grupo importante se queda y otro grupo –Duhalde, Gustavo Roca, Rodolfo Mattarollo– salen a hacer la denuncia de genocidio en Europa, en EEUU; trabajan mucho sobre congresistas demócratas, de ahí se genera la visita de la OEA y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el 79. Desde acá, tenían un grupo –en el que estaba mi viejo– que compilaba las denuncias y las enviaba al exterior de manera clandestina,  que terminó cayendo en junio del 77 en la localidad de Marcos Paz. Yo formé parte de la comisión de Familiares, formada en La Plata ya desde 1979. En 1982 formamos el Ateneo Eva Perón, una experiencia de militancia en medio de la dictadura. Después empecé mi militancia sindical ya a mediados de los 80 y en mi actividad como trabajador de Canal 2. Militancia que me fue poniendo en distintos lugares de responsabilidad, primero en la seccional La Plata y después en el Consejo Directivo Nacional del SATSAID. Cuento todo esto porque aporta, creo, en cuanto que mucho de lo que hablamos y sobre lo que discutimos en este seminario fue vivido por muchos de nosotros.

Me parece que un punto de partida para entender el peronismo puede ser por contraste: esto es, preguntarse por qué en Argentina no existió un partido socialista marxista con raigambre en la clase obrera. Hay muchos análisis que uno puede intentar pero, en la búsqueda de esa respuesta, me parece, hay varias cuestiones que sirven para pensar al peronismo. En principio, creo, porque cuando surge el peronismo había una experiencia de organización socialista desde principios de siglo que había encontrado sus propios límites.

Uno podría cambiar el punto de vista de esa pregunta y buscar qué pasó en el mundo con la formación de los partidos socialistas y su relación con los trabajadores, qué pasó en América, qué pasó en Europa. Si seguimos el análisis clásico del marxismo y del materialismo –que entiende que el desarrollo de la clase obrera depende del desarrollo de la industria–, hacemos esa pregunta en Europa y tenemos un resultado, la hacemos en EEUU y tenemos otro. Las condiciones materiales de desarrollo dela clase obrera, industrial norteamericana tienen formas muy distintas, en lo político, al de la clase obrera europea. ¿Por qué la clase obrera europea tiene una fuerte raigambre en partidos socialistas y por qué no así en EEUU? En Europa, el estado de situación de los partidos de la clase obrera a finales del siglo XIX, principios del siglo XX, está muy ligado a los derechos civiles, a alcanzar los derechos cívicos; por ejemplo, el voto. Es decir, no es solo la lucha en torno a las reivindicaciones sindicales de una clase, sino que implica una lucha por alcanzar los derechos políticos de esa clase. En cambio en EEUU el proceso es distinto. En Europa hay un proceso colectivo, de organización y empiezan a surgir las experiencias del partido socialista alemán, luego del partido social-demócrata, laborista, donde alrededor de la organización de los sindicatos también hay una lucha por los derechos civiles. En los EEUU el voto del norteamericano blanco se alcanza mucho antes de la organización sindical y prevalecen otras cuestiones con mucho más fuerza que el problema de clase; por ejemplo, el problema de la raza. Los norteamericanos blancos, que son los que tienen los buenos trabajos y los que logran sindicalizarse, no son los que tiene que luchar, al mismo tiempo, por los derechos civiles. No hay un partido obrero que interpele esos derechos a conquistar. La lucha se da en ese plano en la raza negra. EEUU tiene un ideario de Estado  de Bienestar a partir de la individualidad, donde es muy fuerte la idea de “tierra virgen a conquistar”, que se traducía en un “yo puedo trabajar en el este como obrero pero siempre tengo la posibilidad de ir al oeste, ser agricultor, ser propietario”. Ese “sueño americano” en la mayoría de las familias obreras se mantuvo como expectativa. No logra constituirse entonces, con fuerza ninguna experiencia que tenga una convocatoria importante, a pesar de que EEUU tiene un alto desarrollo de la clase obrera en cuanto al número y en cuanto al poder adquisitivo. No hay como correlato un Partido Socialista. El estado de conciencia, de desarrollo también va por otro lado. Y no es que no hubo intentos. Tiene una muy fuerte militancia que quiere formar un partido marxista en los años 20, 30; a mediados de los años 50 también hay una militancia trotskista, ligada a Trotsky en México, que fue muy importante. Sin embargo, parece ser el Partido Demócrata el que canaliza la expresión política de la clase obrera norteamericana –hablando en términos históricos, al menos.

¿Qué pasa en Argentina con esa pregunta? El peronismo surge, emerge porque no hay un partido que encarne, que exprese de manera visceral a la clase obrera. Hay un Partido Socialista que, de hecho, es el partido con más tradición en América Latina desde principios de siglo XX, el que más prestigio tiene. Ahora, la pregunta es si ese Partido Socialista está encarnado en la clase obrera criolla, en la realidad de los trabajadores de este país, o está encerrado en dogmas y se mantiene atado a ellos bajo una práctica algo divorciada de la realidad de esos trabajadores, que le impide llegar a encarnar en su corazón. El Partido Socialista se mantiene siempre con una postura de vanguardia, atado no a la experiencia criolla sino a la europea, y desde esa posición analiza la organización de la clase. En este sentido, el radicalismo tiene, por momentos, mucho más que ver en el ascenso de las clases populares, porque sí interpreta el empoderamiento de esas clases bajo una experiencia nacional de los trabajadores y de los más humildes en un país dependiente. A diferencia de Europa –donde encontramos economías auto-centradas e imperialistas–, América Latina tiene economías dependientes, son ex colonias. En ese contexto, la experiencia del Partido Socialista de Juan B. Justo termina definiéndose solo objetivos parlamentarios. Entiende que el esfuerzo del socialismo, del marxismo en Argentina está más relacionado a una labor parlamentaria y entra, en ese sentido, dentro de la democracia burguesa. No organiza a la clase para su emancipación y tampoco detecta con claridad –muchas veces, lo hace en un sentido contrario– el problema de ser un país dependiente. Esto es, la clase trabajadora en los países dependientes tiene una doble imposición: por un lado, las oligarquías criollas que sobreexplotan a los trabajadores y, por otro lado –integrado al resto de las clases– un sojuzgamiento como país, en el que solamente los terratenientes, los que tienen el poder económico concentrado, son los que tienen el rédito de la economía. En tal sentido, tenemos que decir que no hay una experiencia socialista mayoritaria porque la que hay no llega a cristalizar tampoco ni siquiera los derechos civiles de principios de siglo, que son encarnados de manera concreta más por el radicalismo. Y tampoco el Partido Socialista es exitoso en el intento por conformar, desde el punto de vista de la organización sindical, una experiencia contundente o masiva. Participa con los dogmas por delante, lo que hace que la experiencia de organización sindical encuentre muchas veces, en otras expresiones –como el sindicalismo o el anarcosindicalismo– salidas más exitosas que desde el socialismo. La mayor experiencia era pelear leyes en el Congreso en el marco de la democracia burguesa y no tener una conjunción con la organización sindical: primaba la idea de que la vanguardia estaba en el partido, el partido debía dirigir a la clase obrera y obtener escaños en el Parlamento.

Con eso se encuentra ese movimiento emergente a mediados de la década de 1940, conducido por un intelectual como Perón, con una visión de un mundo que está cambiando y en crisis. Un Perón que salió a ver y se encuentra con la experiencia de los soviets en Rusia, de Italia con Mussolini, de Alemana con Hitler, con una guerra dentro del mundo imperial; una guerra que no es nuestra guerra pero que genera un convulsión en la que se puede percibir que el mundo está cambiando para pasar, entiende él, a otra fase social. Perón entiende que la democracia burguesa no alcanza para la nueva etapa del mundo y que es una etapa social. Empieza a concebir una visión en esa etapa social, con la clase trabajadora como sujeto principal de esfuerzo y organización. En ese sentido, dentro del proceso revolucionario del que él forma parte en 1943, trabaja sobre la idea de ocuparse de los trabajadores y de los problemas de los trabajadores. Él tiene el Ministerio de Guerra, la vicepresidencia de la Nación y la Secretaría de Trabajo. Pero entiende que en los trabajadores, en la organización de los trabajadores está el verdadero poder que puede transformar el futuro del país y empieza a darles respuesta de manera efectiva; empieza a darle contención a una organización sindical que existía en un estado de guerra permanente, de no institucionalidad. Era un sindicalismo de la Semana Trágica, pasando por la Patagonia rebelde, que vivía en la clandestinidad, que desconfiaba de los militares, que desconfía de Perón. Perón sabía que esa confianza se tenía que ganar con los hechos; por eso no se dedicó ni al Ministerio de Guerra –en un momento en que el mundo estaba en guerra– ni a la vicepresidencia, se dedicó la mayor parte del tiempo, entre 1943 y 1945, a organizar a los trabajadores, a tomar contacto con los dirigentes sindicales –muchos de los cuales estaban en nuestros barrios: Berisso, Ensenada.

En nuestro puerto había una actividad muy importante para Inglaterra: las conservas de los soldados ingleses se embarcaban en el Puerto de Berisso. Era clave ese envío para el frente. Había un desarrollo industrial con grados de activismo porque no podían aplicar las ocho horas, las condiciones mínimas de seguridad, de salubridad, que buscaban respuesta de manera efectiva. La Secretaría de Trabajo se empieza a convertir en un imán para los dirigentes sindicales luchadores; empiezan a ver al coronel Perón como a un coronel del pueblo, de la clase trabajadora. Y los dirigentes sindicales lo esparcen entre los trabajadores. Es lindo escuchar los relatos de los trabajadores de Swift, por ejemplo, en la película El día que hicimos entre todos  que relata el 17 de octubre en Berisso, donde la voz de Perón empieza a aparecer en sus relatos. Se empieza a acercar física y políticamente a los trabajadores. Empieza a caminar entre ellos. Y, en el sentido opuesto a lo que genera entre los dirigentes y los trabajadores, empieza a producir una desconfianza en las clases dominantes que ven en Perón a alguien que hace demagogia y no saben, no entienden a dónde quiere llegar. También en los sectores del imperialismo que habitan nuestro país –por ejemplo, los ingleses dueños de los frigoríficos– se empiezan a sentir las medidas tomadas a favor de los trabajadores por Perón. Esto va produciendo los episodios de la primera mitad del año 1945 que concluyen con el golpe interno que busca desplazarlo.

En esa organización no hay un partido político. No existe aún el Partido Peronista. Hay organización sindical, organización fundamentalmente de la clase trabajadora alrededor de determinados derechos; hay una simpatía también de los radicales yrigoyenistas que se habían visto perseguidos y encarcelados en la Década infame y que tenían aún poder político territorial –intendencias, comités– desde donde estaban dando la pelea con los alvearistas. Ahí, en todos estos armados, es donde uno tiene que mirar para entender que el peronismo rompe de movida con la democracia burguesa. Desde su génesis, porque Perón tiene varias instancias antes del desplazamiento en las cuales tiene opción de convertirse en una variante de la experiencia política institucional, y elige romper con la perspectiva de evolucionar en una experiencia de la revolución del 43 con salida dentro del esquema partidario. Elige apoyarse en la organización de los trabajadores. Hay un momento en ese proceso en el que Perón es derrotado; y esa experiencia se trata de dar por superada. En esa génesis está el debate que se da en el seno de la clase obrera: si era conveniente defender a Perón o si se podían llegar a pelear las conquistas y salvarlas más allá de su figura. Esa discusión se gana por un voto: el de Libertario Ferrari, que va con un mandato de ATE de votar en contra del paro y en el debate cambia el voto, porque entiende las condiciones que contaban los delegados, entiende el odio de clase que había resurgido a través del odio a Perón: los patrones llegaban a decirles que el 12 de octubre –que había sido declarado feriado– se lo fueran a cobrar a Perón.

Lo que quiero decir, para terminar, es que el peronismo desde su génesis surge como movimiento, como una organización de expresión política de una clase. Porque, como decía al principio, no existió un partido de clase con el desarrollo que tuvo el Partido Socialista en otros territorios. Si el radicalismo encarna primero, de manera más criolla, esa necesidad de participación civil, el peronismo ocupa sin lugar a dudas una experiencia exitosa de democracia social. Solo hay que ver que, doce meses después de ganar las elecciones de febrero de 1946, Perón declara los derechos del trabajador, que tienen una fuerza muy importante en esa mitad de siglo porque consagran una supremacía del Estado por sobre la propiedad privada. La propiedad privada la subordina al interés social y al interés colectivo, y el trabajo se configura como centro de toda la organización social. Eso, que se consagra dos años después en la Constitución de 1949, le da un carácter de movimiento al peronismo, apoyado en una clase obrera con desarrollo político, social, con un protagonismo como sujeto. Ese rasgo se mantiene durante toda la década de gobierno peronista. Es tan importante la democracia social que establece el peronismo en la década de 1950 que el capitalismo tiene que prohibir las elecciones, la democracia burguesa, y, en los escasos momentos donde no lo hace, tiene que prohibir al peronismo. Es tan intenso ese avance, que solo lo pueden detener con el ejército, con proscripciones, con interrupción democrática. Ese es el cambio de escala en cuanto a organización. Al peronismo hay que entenderlo, entonces, no como a un partido de clase tradicional, sino como a un movimiento de masas que tiene devenires distintos y particulares.

Roberto Baradel: Yo creo que lo distintivo del peronismo es que constituyó a la clase trabajadora como sujeto político en el país. La clase trabajadora estaba organizada en diferentes centrales y corrientes –socialismo, comunismo, sindicalismo–, pero no había tenido el protagonismo y la masividad que pudo tener desde el 17 de octubre de 1945. Había tenido protagonismo en diferentes hechos, muy importantes: la Patagonia rebelde, la Semana Trágica, las luchas de Quebracho en el noroeste. Hitos que la clase trabajadora protagonizó y fueron muy fuertes. Pero como sujeto político no había irrumpido. El carácter disruptivo del peronismo es, justamente, visibilizar a esos trabajadores como un sujeto político, integrado por los inmigrantes europeos pero también por los migrantes argentinos de distintas provincias y de países limítrofes, por los “cabecitas negras”.

El Estado, a partir de ahí, tuvo capacidad de dar una institucionalidad a esos derechos laborales y al horizonte de lo colectivo sobre la propiedad privada. El otro día yo decía, en relación a los cambios que el gobierno de Cambiemos quiere hacer en educación, que lo que quieren es privatizar trayectos de la educación pública: las evoluciones, la formación docente. Y quieren constituir una escuela que discipline socialmente con contenidos básicos (leer, escribir, operaciones matemáticas, mínima comprensión de texto), que le sirva al sistema, al mercado, para incorporarlos como mano de obra barata y adaptable. Y nosotros queremos que el conocimiento no solo sea una herramienta para la superación individual, sino para la transformación social, que aporte a construir ciudadanos críticos y que interpreten, para los que valores como el derecho a la vida y la dignidad de la persona no estén por debajo del derecho a la propiedad. Eso vino a cuestionar fuertemente el peronismo. Por eso la incorporación de grandes masas de trabajadores a la sociedad política a partir de pensar desde el bien social, lo colectivo, lo que nos hace bien a todos y no a unos pocos.

El peronismo es un movimiento que va más allá de los partidos políticos. Es como la vez que le preguntaron a Perón por los socialistas, por los radicales y cuando le preguntan por los peronistas, dice “peronistas somos todos”. Incorporando una cuestión en términos colectivos de determinados principios.

Yo creo que eso fue muy fuerte y positivo mientras existía un liderazgo. Cuando ese liderazgo tomó distancia, no del pueblo sino del territorio y la vida social y política, hubo sectores que, con la idea de “el peronismo sin Perón”, se empezaron a correr. Había sectores que sostenían la defensa de los trabajadores y al peronismo, y otros sectores que pensaban que había que adaptarse a las nuevas reglas de juego. Está el mito de la unidad de la CGT. Y no lo digo poniéndome afuera, porque yo estoy absolutamente orgulloso de haber sido parte de la CGT y ojalá podamos volver a constituir una unidad de los trabajadores. Ahora, la unidad se dio solo en el marco del primer peronismo y, después, recién salidos de la dictadura con el ubaldinismo. Siempre al interior de la CGT hubo corrientes y divisiones concretas en función de cómo cada uno discutía cuestiones con el poder y pensaba la organización. Es importante rescatar al peronismo como movimiento político y social, más allá de que se constituyó a su interior el Partido Laborista primero y luego el Partido Justicialista. Y está bien que los sindicatos y los movimientos sociales tengamos una autonomía de movimiento en relación con este partido. Algo que es diferente a perder identidad y no sostener lo que uno defiende como referencia política en el peronismo.

Nosotros tenemos un problema cuando discutimos en foros internacionales al peronismo, porque no lo entienden. Hace tres años, cuando discutía con los griegos, les explicaba el proceso político del neoliberalismo en los 90: “¿y de qué partido eran?”, “Del peronismo”.  Después les contaba sobre Duhalde: “¿y de qué partido era?”, “Del peronismo”. Y después Kirchner, que tuvo tales políticas diferenciadas de los anteriores: “¿y de qué partido era?”, “Del peronismo”. De eso se trata la complejidad que tiene todo este proceso político: entonces ocurre en esos procesos la cooptación por parte del poder de estructuras, personajes, instituciones sindicales, políticas, que prefieren el calor del poder antes que reivindicar los principios y la construcción colectiva en el país. En las diferentes etapas del último siglo el peronismo se resignificó; incluso en la década de 1990 hubo sectores del peronismo que resistimos a los cambios en las estructuras e instituciones.

Una de las características que tiene el peronismo como movimiento es que necesita un fuerte liderazgo. Incluso en el caso del “Turco” Menem en los 90, aunque uno no estuviera de acuerdo, tenía un fuerte liderazgo, un liderazgo bien peronista. Nosotros en esa interna estábamos con Cafiero, teníamos una unidad básica en Lanús y la gente del barrio estaba bárbara con nosotros, nos quería, éramos todos pibes de dieciocho, veinte años que habíamos tenido una pérdida muy grande de un compañero, Alfredo Genovesi, “Geno”, y nos cuidaban mucho. Incluso esa misma gente que nos quería y nos bancaba, nos decía que iba a votar al “Turco”. Eso era un liderazgo muy peronista. Esto se fue resignificando, también, con liderazgos importantes en la última etapa kirchnerista. Esta etapa recogió varias de las cuestiones esenciales del peronismo. En esta etapa nueva del país, aparece también la cuestión del liderazgo del movimiento como problema. Porque, creo, una de nuestras mayores dificultades –también para el movimiento obrero– es cómo posicionarnos frente al gobierno de Vidal y de Macri sabiendo definir cuál es la contradicción principal, porque se han generado muchas divisiones. La conducción política tuvo errores porque el proceso no es unidireccional. Hubo errores en el movimiento obrero y también en quienes conducían el proceso político, que no pudieron constituir una fuerza mucho más homogénea.

Y acá quisiera hacer un paralelismo con lo que pasó en la década de 1940 con el tema de los sujetos políticos. Yo creo que, en esta última etapa, los procesos políticos en Latinoamérica tuvieron una falencia importancia en definir cuál es el sujeto político de transformación; quizá a excepción de Bolivia, porque tienen otra particularidad que hace que el sujeto político, los pueblos originarios, sea más claro. En el caso de Argentina, somos los trabajadores. En el resto de los países deben ser los trabajadores. El sujeto político tiene voz y voto. No es el Estado. El Estado es solo una herramienta para transformar la realidad. Si el Estado lo tenemos los sectores populares, lo transformamos en función de la distribución del ingreso, de modificar las estructuras para que nos beneficie a las mayorías populares. Si lo tienen las corporaciones, como ahora, van a reformarlo y a generar una restructuración para que esté al servicio de la concentración de la riqueza. Y muchos gobiernos populares entendieron que con el Estado bastaba para hacer los cambios y no le dieron la importancia que sí tuvo, durante la década de 1940, durante el peronismo, el trabajador como sujeto de cambio. Porque no se entiende que la sociedad haya votado lo que votó, que responde a una minoría, al 35 por ciento que lo votó (más allá que luego en el ballotage haya alcanzado el 51 por ciento).

El PT de Brasil hizo un estudio desde su Instituto –y creo que si lo hacemos en la Argentina, sale de la misma forma– sobre los 50 millones de ciudadanos que salieron de la pobreza. Les preguntaban por qué creían que estaban mejor: más del 70 por ciento contestaba “por esfuerzo individual”; la segunda respuesta era “porque los había ayudado su familia” y la tercera recién “por la aplicación de políticas públicas”. Algo de esto hizo que ese sujeto político no se expresara colectivamente: no pudimos ayudar al proceso de comprensión que hiciera que no votáramos en contra de las transformaciones que nos ayudaron, como pueblo, todos estos años. Para que el sujeto político se constituya como tal tiene que tener voz, no solo voto; tiene que tener participación, ser parte del proceso de transformación. En la primera presidencia de Perón, la clase trabajadora lo fue. Y después se pudo organizar como fuerza en la resistencia en función de eso. En la Argentina de los últimos años faltó eso, independientemente de lo que podamos decir sobre los movimientos sociales, las organizaciones; escuchar al movimiento obrero y a las organizaciones. A veces los gobiernos populares entran en tensión con algunas decisiones que toman en relación al sujeto político que dicen defender y transformar; porque uno en el gobierno, en el Estado, tiene una mirada particular. Pero las organizaciones sociales lo que nunca pueden bancar son decisiones que vayan en contra de los trabajadores. Tenemos que aprender de este tropezón. Entre ello, la relación con el movimiento obrero: hay que escucharlo. Después separamos quiénes somos compañeros de la CGT, de la CTA, de otras representaciones sindicales que defienden los intereses de los trabajadores más allá de las estrategias, los tiempos, y quiénes son los cooptados en función de ser funcionales al poder. Ahora, nosotros tenemos que constituir ese sujeto político. No hay posibilidad de volver a tener un gobierno popular en Argentina y en Latinoamérica si no se constituye ese sujeto político que tiene su centralidad en los trabajadores y las organizaciones sociales en general. ¿Y cómo se constituye? Peleando por los derechos. Siendo conscientes de que hay derechos que nos quieren quitar y que hay derechos que tenemos todavía que ganar. Eso se construye en unidad, en la calle y con un programa político de los trabajadores y del movimiento popular. La CGT siempre tuvo un programa político y fue clave: La Falda, Huerta Grande, los 26 puntos de la CGT de Ubaldini. Porque el programa político es el por qué peleamos. No podemos estar peleando por si nos gusta que baile Macri o no. Peleamos porque no ajusten a los trabajadores, porque no regalen la riqueza de nuestro país, porque no la concentren; ese es nuestro horizonte. Nosotros tenemos que ser capaces de constituirnos como ese sujeto político, con mucha paciencia, con mucha generosidad, sabiendo que hay que definir cuál es la contradicción principal. En nuestro país no hay un problema político, hay un problema ideológico: es una cuestión de clase, no es un problema si se es radical, kirchnerista o lo que sea. Vienen por los docentes, por ejemplo, no porque sean kirchneristas o macristas, sino por ser trabajadores de la educación. Ningún docente se va a salvar por más macrista que sea. Es una cuestión de fondo. Tenemos que definir la contradicción principal y no poner el acento en las diferencias. Hay que discutir todo, por supuesto, pero sin recargar el acento en las diferencias porque terminamos discutiendo cuestiones secundarias y siendo funcionales a las corporaciones. Creo que tenemos que hacer un esfuerzo en esta etapa, sobre todo este año, para generar las condiciones para que tengan un traspié electoral porque, si ganan las elecciones de 2017, se proyectan en 2019. Si ganan las elecciones despidiendo trabajadores, precarizando el trabajo, generando más pobreza y más indigencia, eso es un golpe en contra de toda la sociedad y, aun más, de la sociedad que queremos construir. Si hay una cuestión que el peronismo tuvo muy claro fue la constitución de ese sujeto político y pensar lo colectivo por sobre lo individual, lo cual no quiere decir negar lo individual. Lo individual es muy rico y la diversidad es un valor fundamental, en el marco del aporte que podamos hacer a una sociedad más justa, donde el derecho de la persona no esté nunca por encima del derecho a la propiedad privada.