Cuando mi mamá nos encontró a Luke, a Romi y a mí en la Plaza Flores fue un escándalo. En la mitad de la calle, mi vieja gritando como si le hubiéramos robado la cartera. Todos miraban en nuestra dirección y yo me imaginaba al rector gritándole igual al portero. Por lo que sé, a él no lo suspendieron ni nada, pero a nosotras, sí. Nos suspendieron medio día y el rector y nuestros padres se pusieron de acuerdo para prohibirnos ir a los eventos que habíamos organizado para ir juntando plata para el viaje de egresados: el desfile, la kermesse y la fiesta matinée.

Me acaban de salir tres granos en la cara: en el medio de la frente, en el medio del cachete y en el medio de la pera. Anoche me exploté los tres con un algodón que ahogué en alcohol como si estuviera haciendo los preparativos para prender el fuego de un asado. Me intento mirar la cara con el reflejo de la pantalla del celular apagada pero no puedo, porque en el descanso del segundo piso hay muy poca luz. Me vine a sentar acá con la prueba de historia que me acaba de devolver la profesora. Otro cinco. Me parece que este año me van a sacar del cuadro de honor.

Trato de leer las correcciones, de entender cómo le dieron las matemáticas a la de Historia para ponerme una nota tan mala. Esto se parece a un tobogán que baja en caída de 90 grados. Una profesora me pone cinco, le llega la noticia al rector, lo comentan entre ellas en la sala de profesoras: “Ay Álvarez, qué mal que está esa chica Paula”, “en primero y segundo año era brillante”, “debe andar en cosas raras”, “sí, ¿no se enteraron de cómo las encontraron a Paula, Romina y a Lucía en Plaza Flores?”

Mientras pienso estas cosas, aparece el rector por el fondo del pasillo. Hoy eligió su blazer azul y una corbata bordó con pelusas. Se me acerca mirando para otro lado, como controlando que nadie esté haciendo quilombo en el recreo. Después viene para mi lado. Cuántas veces lo vi hacer lo mismo. Me gustaría filmarlo y hacer un video con sus paseos sigilosos por el pasillo yendo para adelante, para atrás, entrando en las aulas semivacías, buscando pique, alguien que le siga sus chistes, una alumna con la camisa desabotonada a la que mirarle las tetas. Me gustaría tener los tapes de las cámaras de seguridad y usarlos para un video de hip hop, atrasando y adelantando sus pasos al ritmo del tema.

Se acercó más y vio que estaba leyendo mi examen, mi otro cinco. Era un punto a su favor y se quiso anotar otro:
—¿Cómo lleva el castigo, Rodríguez?
—Bien, no me molesta mucho no ir a esos eventos.
—Voy a hablar de vuelta con su madre, me parece.
—¿Por qué, qué hice?
—Sus notas siguen muy malas, Rodríguez. ¿Sabe por qué?
—No, no sé, es solo una etapa, no pasa nada.
—Que así sea…—me dijo y siguió para el primer piso, buscando otra víctima.

No sé si de verdad quiere ocuparse de la caída de mis notas o si simplemente quiere citarse con mi vieja, la dueña de la tanga que –estoy casi segura– tiene escondida en el cajón de su escritorio desde el día que mis amigos la colgaron en el ventilador para hacerle una joda a la profe de Cívica.

Cuando tocó el timbre, agarré mi celu a ver si había alguna novedad de Snapchat. Ese chico, Augusto H., había subido otro video nuevo. Esta vez, había solo una mujer en escena. Una rubia flaca y con tetas, parecía modelo. Él le decía “Agarrá esto, Mishka” (o algo así), y ella saltaba y agarraba esa pelotita que él le tiraba. Ella estaba vestida con un conjunto de corpiño y tanga negros y tenía el pelo teñido entre gris y violeta, ese color que me encanta. Me da mucha intriga pensar cómo los hace, quiénes son esas chicas de los videos.

Desde que lo conocí por primera vez solo lo crucé una vez en la calle. Tardé en reconocerlo pero era él. Si lo veo otra vez por el barrio, me voy a acercar y le voy a decir: “Hola, Augusto. Nos conocimos en el cumpleaños de Ceto, ¿te acordás de mí?” Ceto fue el que me pasó su Snapchat y el que me dijo que Augusto vivía por acá. Él me diría: “No, la verdad que no te tengo. ¿Sos amiga de Ceto?” Y yo le diría: “Sí, del cole”.

Como ya habían entrado todos a clase, guardé en celu en el bolsillo del buzo y me fui caminando al aula, con el examen reprobado en una mano y el video de Augusto H en la cabeza.