Diecisiete mil kilómetros y treinta y seis horas de vuelo es una distancia geográfica y temporal inmensa, pero menos que una gota de agua en relación con el océano de historia y cultura que nos separa de los pueblos de Tailandia, Camboya y el resto del sudeste asiático. El Imperio Jemer, que se remonta al siglo XI de nuestro calendario, tuvo como centro la región camboyana de Angkor, conoció su época de esplendor hace casi novecientos años y ostentó un desarrollo sorprendente de sistemas hidráulicos que permitían almacenar el agua de las lluvias monzónicas para soportar las temporadas de sequía, irrigar campos y cultivos y controlar inundaciones. Los grandes lagos artificiales llamados barays –“embalses” o “estanques”, en sánscrito– son, al día de hoy, herencia y testimonio palpable de aquel imperio. Más tarde, llegaron a esas tierras otras etnias provenientes de China, como los mon, los thai y los lao; muchos siglos después, como en tantos otros rincones del mundo, las invasiones fueron europeas, con franceses e ingleses en disputa constante por territorios y riquezas ajenas. A la vuelta de esquina de nuestro presente, decir “sudeste asiático” se volvió, en algunos ámbitos, sinónimo de “milagro económico”, de “hipertecnologización”, de “inserción en el siglo XXI” y otras abstracciones fugaces. Mientras, la globalización y las oleadas modernizadoras y occidentalizantes coexisten en cada uno de los países de la región con una enorme abanico de lenguas, religiones, tradiciones y costumbres.

Las imágenes de César Marini producen un curioso y bello efecto de encantamiento: transmiten y sostienen la distancia que, por fuerza, existe entre aquellos pueblos y nosotros y, al mismo tiempo, los vuelven reconocibles, cercanos. Sus fotografías revelan miradas, gestos y paisajes construidos mano a mano con las constantes primordiales –la tierra, el mar, el aire, la naturaleza– que, como un baray el agua, parecen contener, albergar y volver actuales siglos de historias, culturas y formas de vivir y habitar el mundo.

César Marini es fotógrafo y vive en Benito Juárez, provincia de Buenos Aires. Trabaja desde hace algunos años en digitalización, restauración y creación de imágenes para diversos archivos públicos, como el Archivo Fotográfico del Ministerio de Infraestructura de la provincia de Buenos Aires y el Archivo Fotográfico del municipio de Benito Juárez. De 2011 a 2015 participó como fotógrafo en eventos realizados en la Casa Curutchet, ciudad de La Plata. En 2014 trabajó como fotógrafo en el rodaje de la película El prisionero irlandés, de Carlos M. Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute.