A un año de prisión de Milagro Sala, nuestra comunidad forjada en la confrontación exige flancos opuestos, grupos que junto con sus “hermanos” tienen enemigos en común: mientras que de un lado continúan los reclamos al Gobierno nacional para que se cumpla con la resolución del grupo de Trabajo de las Naciones Unidas, demandando la inmediata liberación de Milagro Sala, y escritores, actores e intelectuales argentinos se sacan fotos con el medio rostro de la coya para pegar en sus redes sociales, del otro lado se plantea que “esa ladrona”, con máquinas para contar dinero y ¡pileta!, que “se quedaba con las riquezas del pueblo a sus espaldas”, está “con justicia” privada de su libertad.

Por una parte, durante muchos años las fuerzas conservadoras de Argentina y específicamente jujeñas estuvieron ensayando una retórica para una confrontación dramática –con sus segregaciones diarias, sus desfiles de primavera con reinas siempre rubias, sus estructuras partidarias subdesarrolladas, etc.– contra un enemigo concreto, viviente, que se les mantuvo esquivo hasta enero de 2016 o, más concretamente, hasta haber sido derrotado el peronismo como fuerza política nacional y provincial. Por otra parte, y seguramente por su deshilachada realidad, no es el peronismo explícitamente el actor que las confronta orgánicamente, sino un movimiento social encabezado por organismos de derechos humanos que apoya a Milagro o discute su caso mediante fundamentos de derecho internacional y argumentos jurídicos y formales. Una defensa concreta y valiosa que, sin embargo, no es acompañada por fuerzas libertarias y anti-racistas que expresen y reivindiquen un sentimiento de integración social de los que históricamente el conservadurismo fascista se empeña en dejar al margen en nuestro país y en el mundo.

Se nos está haciendo difícil de entender y acertar una práctica política a la altura de lo que se nos escapa, de lo que nos excede, de lo que deseamos y podemos verdaderamente amar, de lo que trasciende el orden del discurso –blanco, jurista, racional–, con sus gif de Facebook, sus mejores e ingenuas intenciones legalistas, los esfuerzos irónicos o las variaciones de los egresados cultos de las escuelas nacionales. En ese sentido, defender a Milagro, esa mujer coya capaz de conducir un proto-gobierno frente y contra el enraizamiento de un desprecio histórico y naturalizado, significa no solo reescribir definitivamente una trama para que nuestra comunidad organizada no se ahogue en el vaso de los alegatos; es una oportunidad, una declaración de fortaleza ética para una nueva lucha colectiva que signifique mucho más que un grupo de razones por las que Milagro debiera ser liberada.

Antes que los cambios en las condiciones materiales, antes que los cambios de la historia, lo que se encuentra comprometido en este conflicto no es solo un problema de justicia, es un problema de honor. El honor de Milagro Sala, como el de las comunidades mapuches o el de los jóvenes/villeros/manteros perseguidos en nombre de la “seguridad”, es el fleje donde se vuelve más importante decir quién es uno, de dónde viene y a quién defiende. Sí, binario, negro sobre blanco. No hay negociación posible. Cualquier operación que quiera colocarnos en otro lugar nos subestima, del mismo modo que la operación que quiere colocar a esa negra hermosa en el lugar de víctima la deshace indefectiblemente del único valor genuino que la mantuvo toda su vida de pie. ¿Los demás? Los demás debieran ser capaces de empezar a comprender y amar ese tipo de sangre que ha forjado nuestra patria y asirla profundamente, más que buscar tardía o modernamente cualquier prueba legal o fáctica que los haga cada día más infelices.